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EL SILENCIO NUNCA MAS

Un primer piso de Tribunales colmado de gente. Algunos escuchando por los parlantes, y otros esperando para entrar. Un portón de vidrio central, con cortinas de color blancas que impedían poder ver desde afuera, el interior del salón. 11.15am, casi hora y media mas tarde, se abren las puertas, se arma una larga fila, y dos personas del lugar empiezan a tomar nota de sus datos. Por dentro, un salón pequeño. Con dos ventanales ubicados a calle ocho, ambos decorados con cortinas blancas y unas rojas por encima. Debajo, una mesa a lo largo de los ventanales, para los querellantes, sentados verticalmente uno al lado del otro.

Por el centro, bancos de madera ubicados uno detrás del otro. El primero, para quienes declaraban. A su izquierda, algunas sillas casi desde la entrada hasta la mitad de salón. La gente no entraba. Las mismas que tomaban nota en la entrada, movían sillas de un lado para el otro tratando de ganar espacio para que mas gente pudiera estar sentado. Todo esto, para quienes ingresaban. Pero entre esas sillas, una soga separaba al público con los testigos.

Delante de estas, una especie de ventana o acrílico aislaba tanto a los imputados como a los defensores, con dos policías de fondo. Y de frente, un escritorio para la ubicación de los jueces.

Pasada casi una hora de la entrada, comienza la tercera audiencia contra Carlos Castillo y Juan Pomares. Tres jueces, cuatro policías distribuidos por el salón, una taquígrafa que escribía lo sucedido en su computadora, y cinco querellantes. Además, de los abogados defensores, y los testigos que declaraban. Así comenzaba el juicio público a los genocidas.

A través de una teleconferencia, pudo verse la comunicación con la primera testigo, Gladys Dinoto, desde Bahia Blanca. Antes de comenzar, se prohibió la filmación en el lugar, por pedido de la testigo.

Gladys, que busca justicia con sus 57 años de edad, es empleada judicial, y hermana de una de las victimas, Néstor Hugo Dinoto. Con el correr la conversación, se la vio nerviosa, incomoda, triste, y hasta con una voz llena de nudos, que le imposibilitaba decir la cosas con claridad. Contó hechos de fusilamiento, y detalles de su vida antes y después del asesinato. Entre medio, se emocionaba, y tomaba agua. 

A Néstor, su hermano, lo encontraron muerto junto a Graciela Martini, su novia, el cuatro de abril de 1976. Según el relato de Gladys, repercutió mucho en su vida. Ella, que pensaba estudiar, finalmente decidió dejarlo de lado porque sentía que debía custodiar a sus padres.

Era el turno del segundo testigo. Sin presentación, ingresaba Walter Fabián Martini, desde una entrada trasera, custodiada por dos policías, pero a pocas sillas de distancia de la puerta principal central. Nervioso, y defendido por su abogada, la Dra. Torres.

Con su barba y anteojos, a simple vista, se acerca al primer banco, del que hablamos al principio, donde se ubicaban los testigos. Walter sufrió abuso de poder desde muy chico, tan solo 10 años, y en primera persona, junto a su madre.

Graciela Martini, hermana de Walter, fue asesinada hace 40 años, un cuatro de abril. Momento que su hermano recuerda todos los días de su vida.

Durante la declaración, Walter decía: “Era tres de abril. Mi hermana y su novio, habían ido a comer con una pareja amiga. En mi casa me quede solo con mi madre. Eran alrededor de las 9 de la noche mientras comíamos. A eso de las 10.30 nos fuimos a dormir. Pasado un rato, escucho unos ruidos extraños. Corro a la habitación en donde se encontraba mi madre. Miro por la ventana, y veo que hay un auto estacionado. Bajamos, la casa tenia dos plantas, y vemos desde más cerca que los autos eran dos. Uno en cada esquina. En ese momento, escucho -abran la puerta o la tiramos-. Mi madre intenta ir en busca del teléfono, pero rápidamente escuchamos, -si llamas a alguien no la cuentan-. Seguimos sin abrir, y escucho un ruido muy fuerte. Ingresan cinco individuos a mi casa, sin identificarse, ni con orden de allanamiento. Me tomaron a mí, y comenzaron a indagarme sobre donde estaba mi hermana”.

Así estuvieron un largo rato en la planta baja de la casa, a lo que Walter respondía que su hermana se había ido a con su novio. Tal fue el tiempo que estuvieron así, que el individuo comenzó a intentar buscar otra respuesta de Walter mediante agresiones, primero a su madre y luego a él.

Pasado un tiempo, se trasladaron a la planta alta, donde la pregunta ya no seria donde se encontraba su hermana, sino ¿dónde estaban las armas?

Walter, les hace saber el lugar donde se encontraba la escopeta de su padre, hasta las balas. Y también agrego que busquen en un lugar en donde no le habían preguntado, en un espacio que hay entre el techo de tejas y la loza, aunque no encontraron nada. Por esto, los individuos deciden retirarse, pero no lo harían con las manos vacías. Se llevarían a la madre de Walter para otra casa, sin saber si volvería, sin saber si volvería a verla o no.

En ese momento, Walter logra ver a un vecino de en frente a su casa, que con la puerta entre abierta, logra ver el hecho. Inocentemente le grita pidiendo ayuda, que llame a la policía, y es en ese momento en donde dice: “me di cuenta que la policía estaba en mi casa”. A los pocos minutos de lo sucedido, traen de vuelta a su madre. Los encierran en el depósito, y allí se quedan un largo rato. Pasadas las horas, seis exactamente según Walter, pasó un amigo del padre, que al notar la situación, y ver la puerta con un pedazo menos, el ruido que había escuchado en un primer momento había sido un hachazo, ingreso y los saco de allí. “Prendieron fuego fotos viejas, se llevaron una cadenita de oro que tenia de mi comunión, y también el arma de caza de mi padre”, dijo Walter.

Esto sucedió un tres de abril, un día antes que den por desaparecida a su hermana. Un cuatro de abril se encuentra el cuerpo de Graciela en una zanja.

Walter, “safo” por ser hermano y no ser hijo de… Walter, es el único sobreviviente después de 40 años. Walter, seguirá contando su verdad.

© 2023 por Matias Rodriguez Olivera, Facultad de Periodismo.

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