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CIEGA NOCHE BAJO LAS ESTRELLAS

Sábado. Alrededor de las 8 de la noche, Plaza Moreno era el punto de encuentro para retomar la actividad que no habían podido terminar la noche pasada. Un auto color rojo, con las luces prendidas y las balizas puestas, cargado con tres integrantes de “Sumando Voluntades”, agrupación solidaria. Otro auto, color gris, este con las luces un poco más fuerte y blancas, de LED, cargado de tal manera que podría tener como destino un cumpleaños. Tortas, galletitas, fideos, cajas de cereales, papas fritas, chizitos. Y no solo diferentes alimentos, sino también artículos de higiene personal, como maquinitas de afeitar y espuma, además de ropa, sabanas, frazadas y mantas para combatir el frio. Todo, donado a la organización.

La imagen empieza a apagarse, y la vida parece que se los come.

Hacia frio, casi no circulaban autos, y las luces amarillas de la calle y los nuevos semáforos LED iluminaban el lugar.

En el primer auto, se encontraba Laura Musaccio, una de las integrantes de “Sumando Voluntades”. Tan solo una cuadra de recorrido y una hoja A4 entre medio de los asientos delanteros, estilo GPS, marcaba el primer destino: “Sede de Estudiantes”.

Ahí estaba Juan, de tez oscura, poco pelo, barba desprolija color blanca y los cigarrillos apoyados en su pecho. Acostado en el cordón de la sede, simulando ser una cama, apoyado contra el vidrio con la inscripción “REGRESAR”. Tapado con algunos cartones tipo sabana y una almohada bastante sucia, y algo rota.

De pocas palabras, y poco entendibles, Juan fue la primera visita. A pesar de su dificultad para pronunciar las palabras, aunque por momentos lo hacía fluidamente, mediante un chocolate caliente que le acercaron las chicas, la charla podría haber seguido unos cuantos minutos más. No era la primera vez que lo ayudaban, ya se conocían. Le dejaron una manta, un buzo y siguieron viaje.

Las políticas desde la Municipalidad para ayudar a estas personas no aparecen. Si bien desde el Ministerio de Desarrollo se crearon paradores, no funcionan como deberían funcionar y la gente ya no aguanta.

Tocaba el turno del segundo. 49 entre 7 y 8, mejor conocido como Dickens, el boliche bailable. Una calle bastante oscura. Allí vivía Walter, a quien no pudieron encontrar, pero si ver sus pertenencias. El boliche a mitad de cuadra. Por un lado la entrada principal, por otro, una entrada alternativa, y en el centro, una escalera color negra que parece indicar a una salida de emergencia del piso de arriba.

En ese lugar vivía Walter. A pesar de su ausencia, Laura bajo con una frazada y subió las escaleras. Desde el auto solo podía observarse un colchón en lo alto, que parecía no estar en tan buenas condiciones.

Allí se deben escuchar voces. Quizás silbidos, chiflidos, ecos, pero deben escuchar algo, que seguramente no sean palabras. Seguimos el recorrido.

 

Esta vez, el itinerario marcaba “puente 520, Alejandro”:

Tardamos unos 25 minutos en llegar al lugar y allí estaba él, esperando como lo hace cada viernes, aunque esta vez tuvo que esperar un día más. Alejandro tiene 26 años y vive en la calle desde los 16. Flaco, su piel bastante blanca, pelo corto y morocho, con un pantalón largo manchado como con lavandina, al igual que el buzo con el que se lo encontraba.

Al bajar del auto, un extraño olor. Maderas, chapas, basura, lonas, eras algunas de las cosas que se veían a simple vista en medio de la oscuridad. Las paredes de su casa, debajo del distribuidor Pedro Benoit, son de lona y de chapa. Lamentablemente, Alejandro no tiene nada, más que la solidaridad de los vecinos y organizaciones no gubernamentales.

Es uno de los más “mimados”. Su humildad y gran corazón atrapó a los vecinos del lugar como a los integrantes de cada organización. Artículos de higiene,  comida y algo de ropa, fueron algunas de las cosas que se le dejaron.

Quedaba una visita pendiente, un amigo del Hospital Rossi. Para esto, ya habían pasado las nueve de la noche, por lo que se imposibilitaba ir hasta el lugar, y no saber si se lo encontraría o no.

De vuelta al punto de encuentro, el auto que venía detrás comenzó a hacer varias señales de luces. Sin prestar tanta atención, siguieron el recorrido. Pasada una cuadra, las luces seguían molestando, y un semáforo los pondría a la par. En ese momento, indican que habían visto a una persona caminando por calle ocho, cuesta abajo, con rasgos de calle y además con algunos diarios y cartones encima. Dieron la vuelta, y se acercaron al lugar.

Calle 8 casi llegando a 50. Se llamaba Martin, de no tanta edad, estatura media y su cara manchada por suciedad, al igual que la ropa que llevaba puesta. Iba caminando lentamente con una pila de diarios entre sus brazos y una botella de cerveza hacia la esquina, donde tenía su colchón, muy desbastado, y cubierto por una frazada a rayas verdes. Sin intención de molestar, pregunto quiénes eran las chicas, y rápidamente aceptó la ayuda además de abrir  dialogo con la agrupación. Hace 5 años que vive en la calle, y va variando en cuanto a los lugares para dormir.

A cambio de Juan, de la sede de Estudiantes, Martin tenía una excelente habla, por lo que la conversación podía hacerse más llevadera, aunque era fácil  observar como su mirada se refugiaba en la nada y el frio se apoderaba de él.  

                                                                                                                                                                                                       Unos 20 minutos en el lugar, en los cuales se le dio chocolate caliente, torta para comer, además de una manta nueva y una remera que quedaban en el auto, ya que su ropa estaba demasiado sucia.  

Se le pregunto por el parador, del que hablamos al principio, y Martin no estaba ni enterado. En ese mismo momento, Laura llamo al lugar para que se acerquen a “buscarlo”, pero fue imposible. El teléfono nunca dio tono. Quizás, no sean las personas quienes no tengan ganas de ir al parador, sino quienes trabajan allí, de ir a buscar a quienes más ayuda necesitan.

Las chicas le dejaron un papel con la dirección del lugar,  y dieron por finalizada la recorrida. Mientras tanto, Martin se acostaba en su colchó, se envolvía con sus mantas y esperaba la siguiente madrugada.

Desembarcamos en el mismo punto de partida, Plaza Moreno.

Esto es tan solo un puñado de personas que viven en la calle, bajo noches que son habitualmente frías, y más en esta época. Las calles pasan a pertenecer  a todas aquellas personas que viven en la calle y que no reciben la ayuda necesaria del Estado.

En La Plata un 4.8% de los ciudadanos vive en situación de indigencia y dependen únicamente de las organizaciones no gubernamentales.

“No recibimos ningún tipo de ayuda del Estado. Tampoco municipal, ni provincial, ni nacional” dijo Pablo Pérez, integrante de “La Plata Solidaria”, una de las organizaciones que asiste a personas en situación de calle.   

Desde el parador masculino, ubicado en 7 entre 36 y 37, en donde dos grandes ventanales ploteados de color azul, con la inscripción de la Municipalidad de La Plata, al igual que las dos puertas centrales, llaman bastante la atención, se puede observar una particularidad.

Por encima de esta puerta central, se encuentra un gran cartel con la frase: “Ciudad que abraza”, sin nombrar en ningún lado la palabra “parador”.

Para poder dormir dentro del lugar, el indigente debe acercarse a la oficina ubicada en calle 10 entre 49 y 50 entre los horarios de 8 a 20 HS y registrarse. Allí le tomaran sus datos y quedara “inscripto” para poder albergarse dentro del lugar.

Estacionada justo en el frente del parador, una camioneta municipal de la cual se descargaban bolsas de consorcio con algo de frazadas y ropa, un chico se detuvo breves minutos a charlar.

Sin dar demasiada información, “porque no puede”, y menos identificándose, el empleado del lugar respondió de mentira a verdad alguna que otra pregunta.

“Nosotros no nos encargamos de salir a buscar a las personas”, “Se puede llamar al teléfono y en ese caso nos acercamos al lugar, pero las personas cuando las vamos a buscar, prefieren quedarse donde están, o la mayoría por lo menos”.  

¿Si alguien viene de noche, puede ingresar sin ningún problema?

-Debe registrarse, sino, no podemos. Ya hemos tenido problemas, se peleas entre ellos mismos. Una vez, uno le clavo un tenedor a otro”.

El parador cuenta con 30 camas dobles, colchones nuevos, pijamas, juegos de toallas y artículos personales para cada residente. Además, dispone de elementos de cocina, heladera, freezer y comedor; y cuenta con calefacción, ventiladores, y un patio amplio que se suman a los baños y duchas.

Desde que el gobierno del intendente Julio Garro comenzó su mandato, ya son cinco las personas en situación de calle que fallecieron a causa del frio, y en los últimos días, esta lista se alargó.

Como dijo Pablo Pérez, integrante de una organización, “no recibimos ayuda del Estado”, y por eso la población ayuda como puede.

Las personas en situación de calle cada vez son más, y cada vez se ven más frustradas, mas perdidas en la vida.

Son presos de una realidad, lamentablemente, de la que parce muy difícil poder salir. Puede depender de ellos o no, y por eso mucha gente se encarga de transmitirles confianza, esperanza, que les dé ánimo de salir adelante y querer soñar.

Son ellos mismos quienes caminan la ciudad entera y parece que nunca la van a abandonar. Y aunque a veces estén, o a veces no, siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.

Por eso el día devuelve la luz,  y da una mejor visión para poder mostrar lo que la gente hace.

Sobre calle 46, un Kiosco casi a mitad de cuadra, color azul, y con un cartel bastante particular que dice: “Café Pendiente”, bajo la responsabilidad de Florencia Dimarco, empleada del lugar.

¿De qué se trata esto? Quien quiera colaborar, se acerca al lugar, paga el precio de lo que sale un café de máquina, y queda pendiente para quien lo necesite. A medida que la gente se va sumando, el kiosco coloca un cartel en su vidrio principal que da a la calle, con el número de los café pendientes disponibles.

“La idea surge a partir de que un vecino propuso la idea, y los dueños del Kiosco lo vieron positivo. Esta idea surgió en el invierno pasado (2016), pero no tuvo ni la mitad de la repercusión que tuvo este año. Esto nos ayudo a que la gente conozca esta modalidad, y se acerque a colaborar para con quienes más lo necesitan”; dijo Florencia Dimarco, empleada del lugar.

El año anterior, se trataba solo de un café de máquina, por lo que este año, debido a semejante repercusión, decidieron mejorar la promoción, y ahora se trata de un café más un alfajor, por el precio de $15.

Algo similar pasa con el restaurante “La Charola”, ubicado en 51 entre 4 y 5. En este lugar se ofrecen también cafés pendientes con la misma modalidad del Kiosco, con el plus, de que también guardan la comida fresca que sobra para que a quienes le falten un plato de comida, puedan ir a buscarlo sin ningún tipo de problema.

“Lo hacemos hace cuatro años. En un momento decidimos sacarlo porque la gente nos empezó a reclamar el precio y nos molestó. Además siempre sobraba, venía muy poca gente. A partir del año pasado, comenzó a hacerse más conocido y hasta se generó un vínculo re lindo con la gente. Vienen y ya sabemos que es lo que va a comer. Por ejemplo, Estelita, que si sos platense no podes no conocerla, no tenía dientes y ya sabíamos que había que darle algo livianito. Lo mismo pasaba con Raúl, que llegaba, se sentaba y directamente pedíamos su plato”, dijo Emilia Casaro, una de las dueñas.

***

Laura Musaccio denuncio a los paradores y al gobierno:

“Hoy los parados no funcionan como deberían funcionar. Los números que publican y que supuestamente atienden las 24 horas del día, no funcionan. Llaman, llaman y llaman, hasta que sale el contestador automático”.

En cuanto a las amenazas que reciben no solo ellos, sino cualquier organización que deje mal parado al Estado, Laura Musaccio confirmó:

“Hemos recibidos amenazas. Es verdad que existen aprietes por parte del gobierno, ha pasado”.

La temperatura andaba muy por debajo de lo normal, había humedad y parecía acercarse la lluvia. Caminaba distraído, sus pasos se efectuaban lentamente, y su vista parecía perdida a causa del frio. Se lo veía cuesta abajo, con algunos diarios que usaría en su colchón para dormir y una botella de cerveza, la cual nunca se sabrá con que estaba cargada.

Cansado de ver diferentes caras y ni una mirada, ninguna que lo acompañe, se envolvió en una manta color verde y allí se quedó a la espera de la madrugada.

© 2023 por Matias Rodriguez Olivera, Facultad de Periodismo.

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